Resulta que en el momento en el que los informáticos han entendido que lo que era 01011100010011 ahora puede ser ACGTTCGACTAGC y que el estudio de este código posee gran valor, los puntos calientes de la tecnologÃa de la información se han lanzado a descifrar la información de nuestro ADN. Al hacerlo, se han dado cuenta de que la estructura de la vida es enormemente compleja, o dicho de otra forma, no sólo presenta una complejidad vertical, sino también horizontal. En efecto, analizar datos biológicos no es como analizar Twitter; requiere una aproximación multiparamétrica en lo que denominamos “biologÃa de sistemasâ€. AsÃ, la genética no ofrece todas las respuestas, ya que también son necesarias otras capas de conocimiento: microbioma, proteoma, metaboloma,…; diferentes niveles moleculares y celulares que debemos analizar en conjunto, para tener una comprensión total de la enfermedad. Verily es, por ejemplo, la división que Alphabet (antiguamente conocido como Google) puso hace poco tiempo en marcha para tratar de definir la lÃnea de base, la normalidad, centrándose principalmente en el proteoma.
Vivimos en una economÃa de datos, donde lo que importa no es vendernos un aparato, sino capturar información con él
Esto explica, además, la razón profunda por la que últimamente existe tanto interés en medir nuestras constantes vitales y demás vectores (nuestro fenotipo) con pulseras o con smartphones: cuantificar nuestros organismos mediante wearables es necesario para mapearlos contra el genoma y asà definir el verdadero atlas de la Medicina de precisión. Vivimos en una economÃa de datos, donde lo que importa no es vendernos un aparato, sino capturar información con él.
Sin embargo, cuando observamos la mayorÃa de dispositivos que circulan en los últimos tiempos es fácil apreciar que aún se encuentran en una fase excesivamente rudimentaria, razón por lo que cuando nos los regalan o lo regalamos, la mayorÃa de ellos acaban pronto en un cajón. PodrÃamos compararlo con la PDA, la máquina de organización personal de primera generación, torpe, que tuvo que ser sustituida por los móviles inteligentes para resolvernos de forma suficiente cuestiones de la vida diaria. Pues bien, a dÃa de hoy, los sensores que capturan datos de salud se multiplican por diez cada año (exponencial), pero probablemente será la segunda generación, más afinada, la que de verdad se convierta en algo habitual en nuestras vidas. De hecho, ya se ha dado un paso enorme, con la reciente aprobación por la Food and Drug Administration, en Enero de 2018, del primer reloj autorizado para diagnosticar fibrilación auricular. En este sentido, es llamativo el caso de los tatuajes que son capaces de medir variables de una forma muy poco intrusiva.
La comunicación pasó de ser discreta (mandar una carta) a progresivamente más continua (la llamada) y finalmente continua del todo (mensajerÃa instantánea). Ello ha elevado los estándares de comunicación en el mundo de forma rápida e incluso inesperada por las telefónicas, si bien no es menos cierto que lo ha hecho a costa del pago de un precio por todos nosotros, relacionado con lo artificial que hay en el hecho de comunicarnos de forma continuada, y el consecuente estrés que a la mayorÃa nos produce. Pues bien, de la misma forma cabe esperar un auge relevante de los estándares de salud, pero probablemente acompañado de cierta obsesión por los datos de salud por parte de los usuarios. Es, en suma, lo bueno y lo malo de un nuevo paradigma en el que se difumina la frontera entre diagnosticar y monitorizar.
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